Albert Hofmann es el científico que descubrió casi por casualidad el LSD mientras investigaba las propiedades curativas del cornezuelo de centeno en los laboratorios de la compañia Sandoz, en Basilea. Es por ello el auténtico padre de la controvertida dietilamida del ácido lisérgico, la droga psicodélica más difundida en las décadas de 1960 y 1970.
Esta historia es el testimonio de un legado problemático que sirvió para ampliar hasta horizontes insospechados los límites de la conciencia y dio lugar a un fenómeno social conocido como la "cultura de la droga".
Las prometedoras aplicaciones terapéuticas en el campo de la psiquiatría fueron ensombrecidas desde sus inicios por la implacable cruzada prohibicionista. Hoy la fuerza de la razón fundada en inapelables investigaciones científicas alumbra un renovado interés por sus usos y utilidades clínicas, lo cual acrecienta el valor y perdurabilidad de esta obra. Hofmann nos cuenta sus experiencias con el LSD y otras drogas psicotrópicas, su relación con escritores y psicólogos dedicados a investigar las fronteras de la percepción; y no olvida hacer un balance crítico y autorizado tanto de los efectos nocivos del abuso de alucinógenos como de su aplicación positiva en la ciencia.
Después de descubrir la sustancia Hofmann, que proviene probablemente de la tradición alquimista de su compatriota el gran Paracelso, se dio cuenta que podía ser usada para fines terapéuticos. Algo que fue probado con éxito en un inicio, famosamente cambiando la vida del actor inglés Cary Grant, entre otros. Más tarde llegaría Tim Leary y el LSD se volvería casi mainstream, se prohibiría y hasta sería usado por la CIA en programas de control mental como el MK-ULTRA. Pese a este destino, el LSD que fuera detonante del movimiento hippie, cambió paradigmáticamente la vida de millones de personas, que en palabras de Leary decidieron “turn on, tune in, drop out”.
Hofmann creía que el LSD, su “hijo problematico”, LSD (my problem child, en inglés) puede cumplir con la función de reconectar a la gente con la “naturaleza viva”, algo que se ha perdido en la modernidad y que es una herramienta evolutivamente útil. Murió a los 102 años de edad (descansa en un cielo de bicicletas galácticas y manadrinas de mandalas) con una lucidez que demostró que el LSD difícilmente se puede considerar como un peligro para la salud. El Dr. Hofmann quería que se volvieran a hacer experimentos científicos con el LSD -”la medicina del alma”- y posiblemente permitir su uso terapeútico. En el último año ha habido una incipiente apertura al estudio de los psicodélicos, como es el uso de la psilocibina (que también sintetizara en su laboratorio Hofmann por primera vez) para pacientes terminales, así como el LSD para la cefalea en racimos.
Para los que gustan de conectarse con la conciencia colectiva, hoy tal vez sea un buen día para andar en bici y disfrutar de la luz de la primavera y la dulce policromía tomando un poco de la sustancia visionaria del Dr. Hofmann o sólo dejándose llevar por la misma naturaleza que en cada parte contiene todos los secretos del universo.
Cuál es la clave?
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